PABLO NERUDA

Pablo Neruda

No se si conoceís a este magnifico poeta, espero que disfruteis con su lectura

XIV

Me falta tiempo para celebrar tus cabellos. 
Uno por uno debo contarlos y alabarlos: 
otros amantes quieren vivir con ciertos ojos, 
yo sólo quiero ser tu peluquero. 

En Italia te bautizaron Medusa 
por la encrespada y alta luz de tu cabellera. 
Yo te llamo chascona mía y enmarañada: 
mi corazón conoce las puertas de tu pelo. 

Cuando tú te extravíes en tus propios cabellos, 
no me olvides, acuérdate que te amo, 
no me dejes perdido ir sin tu cabellera 

por el mundo sombrío de todos los caminos 
que sólo tiene sombra, transitorios dolores, 
hasta que el sol sube a la torre de tu pelo.

(Mañana, Cien Sonetos de Amor

    "Desde el primer minuto el Cónsul Ricardo Reyes (como figura en mucha correspondencia oficial de la época) se desdobla en el poeta Pablo Neruda y este último no pide permiso a nadie para tomar partido frente a la España dividida. Para opinar, actuar y escribir su poesía en llamas. A semejanza de lo que él dice con respecto a su temprana vocación poética: "la poesía vino a buscarme…", así también la Guerra Civil Española viene en su busca con su cortejo de duelos y de espantos y le pide (el poeta sabe que le exige), que tome partido. Pues bien, ni ahora ni en el futuro Neruda rehuirá la grave tarea de poner su poesía en pie de combate."

Evolución del poeta

Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, que tomó del checo Jan Neruda el apellido del pseudónimo que le sirvió para ocultar a su padre sus precoces actividades poéticas -sólo desde 1946 se llamó oficialmente "Pablo Neruda"-, nació en 1904 en Parral, en el lluvioso y frío sur de Chile, y se crió en el centro provincial, Temuco, donde su padre, enviudado, se casó con la que el poeta recordaría cariñosamente en el Memorial de Isla Negra con el chilenismo de "mamadre". Las más claras estampas de la niñez del poeta están en La frontera, de Yo soy, Mi infancia son zapatos mojados, troncos rotos 
caídos en la selva, devorados por lianas
y escarabajos, dulces días sobre la avena, 
y la barba dorada de mi padre saliendo 
hacia la majestad de los ferrocarriles

El padre, maquinista de un tren de reparaciones, sería recordado también como el que llevaría al niño el primer hálito de la lucha con la miseria, algún día raíz de la poesía social de Neruda, en La casa, de Yo soy: 
                               …Es mi padre.
Lo rodean los centuriones del camino:
ferroviarios envueltos en sus mantas mojadas…
y hasta mí, de los seres, como una separada
barrera, en que vivían los dolores, 
llegaron las congojas, las ceñudas
cicatrices, los hombres sin dinero, 
la garra mineral de la pobreza

Pero Neruda sólo sería poeta político desde 1936: al principio, estudiante en Santiago, era un lírico de precoz brillantez, en hábil posmodernismo, estrenado en Crepusculario (1920-1923), donde, al lado de versos baratos, está el germinal Maestranzas de noche. Luego Neruda se lanzó a un vasto poema metafísico, bajo el influjo de Carlos Sábat Ercasty, a quien le pareció excesivo ese eco: Neruda guardó el poema, publicando sólo después unos fragmentos suyos como El hondero entusiasta. En 1924 lanzó su gran éxito, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, del que cuando escribimos se han vendido dos o tres millones de ejemplares, como libro necesario de toda adolescencia lírica hispánica. Allí la pasión sabe ponerse en imágenes nítidas, incluso alguna vez con un tono irónico de excesivo saber literario, como en el poema 20:
 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada, 
y tititan, azules, los astros, a lo lejos"….

 

Luego insiste en la ambición dantesca del gran poema total, en Tentativa del hombre infinito (1925), nueva versión del Hondero, en lenguaje más vanguardista, y pasa a la prosa para publicar un curioso relato, El habitante y su esperanza (1926), y unas prosas líricas, alternando con Tomás Lago, Anillos (1926).

Pero por entonces Nerudase vuelve hacia lo sombrío, hacia lo amenazadoramente informe, entre acumulaciones de objetos e imágenes que no cuentan por sí mismos, sino en representaciones de lo funesto, pudiendo, por tanto, ser remplazados por otros elementos análogos (Significa sombras se titula uno de los más típicos poemas de esa época). Quizá cabe hablar aquí de surrealismo, pero de un surrealismo utilizado instrumentalmente, sin perder el control consciente del conjunto del poema. Estamos en el período que se reunirá en Residencia en la tierra: en 1926 ya se han publicado en revistas poemas como Serenata, Galope muerto, Madrigal escrito en invierno, que, unidos a otros del primer volumen de Residencia (1933), como Alianza (Sonata), Caballo de los sueños, Sabor, Colección nocturna, Diurno doliente, Sistema sombrío, Sonata y destrucciones y Significa sombras, mediante un amontonamiento de sugerencias vagamente homogéneas, producen un clima anímico sombrío y amenazador, sin contenido definido. En cambio, otros poemas hablan con claridad de un tema, a veces nítidamente evidente, aunque haya elementos sin explicación lógica; por ejemplo, en Débil del alba, el baudelairiano amanecer como tristeza:

El día de los desventurados, el día pálido se asoma
con un desgarrador olor frío, con sus fuerzas en gris…

Alguna vez hay una estampa exacta, capaz de recordar al Rilke más óptico -Neruda, en 1926, tradujo algunos fragmentos de Malte a través del francés de Gide-: buen ejemplo de esto sería Ausencia de Joaquín, con la sensación directa de la caída de un cuerpo en el mar. Y esa misma intensidad expresiva se puede aplicar a un clima anímico de tristeza o miedo sin contenido concreto -así, en ese primer volumen, Lamento lento, y, sobre todo, Trabajo frío, donde el tiempo y el espacio mismos se vuelven algo inquietante, el ser hecho dolor:

Dime, del tiempo, resonando
en tu esfera parcial y dulce, 
no oyes acaso el sordo gemido?

Cuando estaba Neruda en esa línea de "descenso a los infiernos" obtuvo un cargo consular -muy mal pagado- en Rangún (Birmania), al que llegó pasando por España, donde estableció enlace con Rafael Alberti. Su experiencia asiática, hasta 1932, fue cruel: en especial, privado de hablar su lengua, llegó a temer perderla (una vez pidió a Alberti que le enviara un diccionario, como un salvavidas). Parece, en efecto, como si entonces el lenguaje nerudiano -no sólo por ese aislamiento, sino por su propio camino poético- muriera y resucitara habiendo perdido la memoria de lo que no fuera el estricto significado central de cada palabra; es decir, sin su aspecto social, sin la fisonomía cultural y tradicional que determina que una palabra esté o no bien usada, aparte de su definición. Por eso se producen ciertas aproximaciones torpes, pero expresivas, como de extranjero que recuerda sólo vagamente las palabras. Así, en el poema antes aludido, cuando dice: 

Alrededor, de infinito modo, 
en propaganda interminable, 
de hocico armado y definido, 
el espacio hierve y se puebla. 

En el segundo verso, "propaganda" parece un error en ver de "propagación", y, sin embargo, resulta un acierto en cuanto efecto deliberado de "extrañamiento". y en el Ritual de mis piernas:
 

Bueno, mis rodillas, como nudos, 
particulares, funcionarios, evidentes,

"funcionarios" sustituye al lógico "funcionales", pero aporta toda una vena propia de expresión. 

    En esa "temporada en el infierno" asiático, aunque el poeta gozara y pintara la naturaleza o el erotismo tropical –Monzón de mayo, Ángela adónica-, la dolorosa y repugnante vida multitudinaria de esos países se le hizo una verdadera pesadilla -aparte de un terrible amor en Rangún, Josie Bliss, cuyos celos pusieron en peligro su vida -véase Tango del viudo-. Pero se salvó Neruda al ser trasladado a Colombo (Ceilán, hoy Sri Lanka), donde escribió, entre otros poemas, el gran Ritual de mis piernas. En 1933 está de vuelta en Santiago y publica Residencia en la tierra, luego llamada Primera residencia, pues en 1935 hay un segundo volumen en la edición de Madrid. A Madrid llega Neruda tras encontrar a Lorca en Buenos Aires: la poesía de Neruda ya era muy conocida por los poetas de 1927, a través de Alberti, que iba recibiendo desde Asia copias de sus poemas. Según cuenta Neruda, cuando Lorca le oía leer versos, se tapaba los oídos cómicamente y decía: "¡Para! ¡Para! ¡No sigas leyendo, que me influencias!". En Madrid escribió Neruda su Oda a Federico García Lorca, el "naranjo enlutado", con oscuros presagios trágicos: antes, en Buenos Aires, los dos habían compuesto juntos un cuaderno, con dibujos de Lorca, el último de los cuales representaba las cabezas, cortadas y sangrantes, de ambos poetas. En Madrid, Neruda asumió una suerte de presidencia honoraria de aquella generación española, que en 1935 publicó un libro Homenaje a Pablo Neruda y le aceptó como director de la revista Caballo verde para la poesía. También publicó selecciones de Quevedo y Villamediana -a éste le consagró el poema El desenterrado

En lo personal, en 1934 nace una hija suya, que muere pocos años después, víctima de defectos congénitos -clave, sin duda, de poemas como Melancolía en las familias y Enfermedades en mi casa-. También entonces inicia Neruda su relación con la pintora argentina Delia del Carril: en 1936 se separaría de su esposa holandesa de Java. 

La Segunda residencia, como se la suele llamar, conserva la voz de la primera, pero con más hermetismo y tiniebla. Ahora aparecen visiones acumulativas de la vida de la gran ciudad –Walking around y Desespediente-, acentuando su recurso típico de amontonamiento de elementos, cada uno de los cuales podría ser sustituido por otro vagamente análogo, creando una atmósfera anímica. Y los poemas más oscuros superan en oscuros y lúgubres a los del primer volumen –Un día sobresale, Barcarola, El reloj caído en el mar, No hay olvido (Sonata)-. Esa técnica de acumulación, si a veces peligra volverse retórica maquinal, permite algún acierto memorable, como Vuelve el otoño y, en otra dirección, los Tres cantos materiales (a la madera, al apio y al vino). 

Tercera residencia" y "Canto general": el poeta político

Esta veta lírica se hace más sobria y hermética -a veces, inaccesible- en otros versos escritos tras la Segunda residencia, especialmente en un poema largo, Las furias y las penas; pero, de repente, esa línea, que aparecerá en 1947 como parte inicial de una Tercera residencia, da un viraje radical -desde 1936-. Entonces, en efecto, empieza la guerra en España, y Neruda toma partido, en el Madrid bombardeado -lo cual hace que su gobierno le destituya del cargo de cónsul, donde, por cierto, estaba a las órdenes de la embajadora Gabriela Mistral-. Surgen ahora los poemas de España en el corazón, con un cambio completo de temática, que justifica en Explico algunas cosas: 

 

En los poemas de España en el corazón hay ya la misma alternacia que se encuentra luego en el Canto general, entre el insulto panfletario y la tensa elevación contemplativa; así en Cómo era España:
 

Era España tirante y seca, diurno
tambor de son opaco,
llanura y nido de águilas, silencio
deazotada intemperie.
Cómo, hasta el llanto, hasta el alma
amo tu duro suelo, tu pan pobre…

Neruda va a París, donde trabaja con César Vallejo en un comi8té de ayuda a la República, y luego vuelve a Chile, donde actúa en la campaña del candidato presidencial del Frente popular, Pedro Aguirre Cerda. Al triunfar éste, Neruda vuelve a ser cónsul, pero ahora en París en 1939, para recoger refugiados republicanos españoles -en el famoso barco Winnipeg-. De 1940 a 1943 es cón sul en México, en  cuyas calles se pegan los carteles de su Nuevo canto de amor a Stalingrado. Ahora es cada vez más capaz de ver los problemas de la propia hispanoamérica: primero, en términos algo retóricos e históricos –Un canto a Bolívar-, y, después, en gradual aproximación a las realidades sociales. Luego, en Memorial de Isla Negra, diría que su experiencia de la guerra española le había abierto los ojos para mirar la dolorosa verdad de sus propias tierras -en el poema Tal vez cambié desde entonces-. Neruda empieza por volver a mirar su propio país, escribiendo poemas como la Oda de invierno al río Mapocho, pero seguramente a partir de Himno y regreso (1939) es cuando empieza a tener la idea de un vasto poema que abarque no ya su país, sino toda su América: el Canto general.

Acaso el problema central de la poética nerudiana se resuma en el hecho, un tanto paradójico, de que para construir su gran poema social, político e histórico empiece -sin acabar nunca- por hablar de lo menos humano, de la naturalez, de la geología, de los mares, de los ríos, de las plantas y los pájaros, y, después, del pasado histórico; y que, en cambio -como reconocería el mismo Neruda años después-, nunca llegue a hablar de lo que es hoy una clave social de Hispanoamérica, esto es, las grandes, desmesuradas ciudades. Leyendo el Canto general, sólo se hacen visibles, sobre el tremendo paisaje y sobre las imágenes de las viejas razas, los conquistadores y los libertadores, algunas dispersas figuras actuales de campesinos, mineros y luchadores heroicos, así como los grandes figurones de los tiranos políticos; pero no se ve que uno de los aspectos del sufrimiento social de Hispanoamérica consista en tener hinchadas metrópolis en medio de enormes extensiones casi vacías. 

Eso no invalida el sentido social y político del Canto general, sino que invita a leerlo como obra de un poeta lírico e individualista "adherido" tardíamente a una causa de ética colectiva a la que su carácter y sensibilidad no le habían llevado espontáneamente desde el principio. No hay falta de sinceridad: tal vez el supremo valor del Neruda "comprometido" esté en su esfuerzo por sacrificarse poniendo al servicio de un ideal común esa voz suya que, en el fondo, nunca deja de ser la de un solitario contemplador de un mundo casi vacío, en escalofrío del alma bajo sacudidas atmosféricas; casi un egoísta pintor verbal. 
En 1945, regresado de México, Neruda fue elgido senador -"senador Reyes"- por las provincias mineras del Norte: unos meses después se hizo miembro del Partido comunista chileno. En 1946 -ya se llama legalmente "Pablo Neruda"- actúa a favor de González Videla, quien fue elegido presidente por una coalición de centro-izquierda. Por entonces publica su Tercera residencia y, en revistas, Alturas de Machu Picchu, del Canto general en gestación. En 1948 González Videla, ya en la coyuntura de la "guerra fría", ataca al ala izquierda de los que le habían elegido, y da orden de detener a Neruda, quien se esconde en el campo durante un año -escribiendo el Canto general-, y luego, evadido a través de varios países, llega a México, donde publica en 1950 su Canto general, saludado como un gran acontecimiento.

El Canto general debe apreciarse en su vasta integridad -más de quinientas páginas de letra pequeña, en la primera edición-: sería un malentendido antologizar sus "bellezas" dejando los trozos de baja tensión poética, los insultos triviales a personajes ya olvidados, así como ciertos repasos a la historia, a veces superficiales, y a veces incluso opuestos a cualquier óptica de izquierda: todo eso forma parte del sentido de la unidad de la obra. Esbocemos un rápido índice de sus quince partes. La primera, La lámpara en la tierra, es el gran escenario natural americano, hasta las razas aborígenes. La segunda es el famoso y largo poema Alturas de Machu Picchu, donde, con la técnica acumulativa de Residencia, la misteriosa ciudadela preincaica aparece como símbolo del principio de la Indoamérica, dando sentido al errar del poeta entre la civilización urbana, ahora en contacto con el viejo dolor de aquellos indios.
La tercera parte describe, en tono de ataque, a Los conquistadores, alguna vez creando también sugestivos mitos o dando tonos positivos –Descubridores de Chile, Ercilla, El corazón magallánico

En la parte IV aparecen Los libertadores; tras empezar con la víctima Cuauhtémoc, sigue con el padre Las Casas, y después logra algunas de las mejores estampas del libro, como Guayaquil (1823), pintura sin palabras de la entrevista Bolívar-San Martín, en que fracasó el sueño de la unidad sudamerocana: una épica posible desde una voz lírica actual. Forzosamente más superficial ha de ser la siguiente parte –La arena traicionada-, de ataques a los opresores del siglo pasado y del presente. Tras eso, como charnel en que gira el libro, América, no invoco tu nombre en vano es una serie de breves estampas dispersas, de paisajes y tipos humanos, como introducción hacia la parte más actual del libro, que se abre con el Canto general de Chile, germen de todo el libro y resumen suyo en menor escala. Allí hay visiones de la naturaleza y emoción personal de recuerdo -. Quiero volver al Sur-, descripciones de artesanías, inundaciones, terremotos e innumerables plantas, cartas a amigos, alguna bella estampa suelta, como Jinete en la lluvia, para acabar con la aludida Oda al río Mapocho, que seguramente fue la primera del libro.

La siguiente parte es La tierra se llama Juan: una galería de retratos de trabajadores, sobre todo mineros chilenos, en su propio lenguaje. Por contraste, luego viene la gran imprecación a Estados Unidos, apelando a su lado moral contra su lado explotador: Que despierte el leñador, y el leñador sería Lincoln, imagen de rectitud moral. Más personal es la siguiente parte –El fugitivo-, en que el poeta cuenta su huida ante la orden de detención de Videla; luego –Las flores de Punitaqui– pinta la vida de los pobres y su oscura lucha. Los ríos del canto, después, se compone de cartas a amigos escritores, vivos y muertos, a veces con un tono de sereno humor que reaparecerá mucho en el Neruda posterior. Después Neruda escribe su Coral de Año Nuevo para la patria en tinieblas, como carta lejana a su país, y a continuación, de ojos afuera, añade todo un libro –El gran Océano– de pura contemplación marina, sin apenas huellas humanas de antiguas razas. Aunque quizá menos atractiva, esta parte viene bien para pasar al final autobiográfico: Yo soy, de que ya citábamos versos al principio, y que podríamos proponer como aquello con que un lector nuevo empezaría mejor a leer a Neruda. Buen final éste: no una gran proclama, sino las memorias del poeta, pasando de la magia de la niñez y el trance lírico juvenil al servicio comunitario, que -tras la ira- le deja una mirada más tranquila y clara, abierta al final de su vida.

El Neruda posterior al "Canto general"

    Después del resonante Canto general, Neruda viaja -Italia, URSS, China-, escribiendo poemas-crónicas, algo convencionales al lado de su reciente monumento –Las uvas y el viento, etc.-. En el resto de su vieda -poco más de veinte años- publicará casi el triple de lo publicado en los treinta anteriores -para no hablar ahora de lo póstumo-: ya vive en "olor de multitud", e incluso se permite alguna leve frivolidad fuera de su compromiso político. En el sucesivo y excesivo catálogo nerudiano habrá algún libro trivial, como Los versos del capitán , bajo transparente anónimo, dedicado a su nueva compañera, Matilde Urrutia. Luego, por invitación de Miguel Otero Silva, en Caracas, crea una "columna" periodística y poética, las Odas elementales (1954), cuyos versos endecasílabos y heptasílabos se fragmentan a veces para ocupar mejor su franja tipográfica. Esta serie se extiende hasta cuatro libros con Nuevas odas elementales (1956), Tercer libro de odas (1957) y Navegaciones y regresos (1959). En este último, algunos poemas se salen del formato, entre ellos uno de los mejores de toda la vida de Neruda, El Barco.

 

De esas numerosísimas odas -a veces, casi humorísticas-, son de recordar no pocas –Oda a la alcachofa, Oda al diccionario, Oda a un gran atún en el mercado, etc.-; pero, en conjunto, quizá valgan más como un vasto borrador para Estravagario (1958), uno de los grandes libros de neruda, sin duda el más válido después del Canto general. Aquí el poeta parece hacerse un poco el tonto, y, olvidado de grandes cuestiones, mirar las cosas con socarrona ignorancia. Para elegir un solo ejemplo, tomaríamos Demasiados nombres, cuyo indolente ademán cala por debajo del lenguaje mismo: 
 

…y todos los nombres del día 
los borra el agua de la noche.

Dejando para el olvido los Cien sonetos de amor (1959), anotemos un cambio de tono en Canción de gesta (1960), homenaje a la triunfante revolución de Fidel Castro en Cuba, en solemne endecasílabo asonante, como las Odas seculares de Lugones. En 1961 sale un libro Cantos ceremoniales, con algunos poemas memorables; por ejemplo, El sobrino de Occidente, donde recuerda el descubrimiento de la lectura en su niñez, o una de sus piezas capitales, en varias partes: Fin de fiesta. Aquí el poeta, frente a su gran mar, piensa en el acabamiento de su vida, y, después de repasarla, se entrega a ser absorbido en el tiempo y en el mundo. Empezando por la pobreza de la niñez -pobreza propia y ajena-, el poeta se ve llegado a la soledad en su tierra, dispuesto al fin.

podría creerse que la obra de Neruda ya estaba acabada, pero entonces emprende una vasta autobiografía poética en cinco volúmenes: Memorial de Isla Negra (desde 1964). En este tercer ciclo hay una calidad de absoluta madurez vital, a veces fría e informativa, capaz de dar nueva originalidad a motivos a veces ya aparecidos en otros libros. Todavía habrá otros libros: alguno, teatral, como Fulgor y muerte de Joaquin Murieta; otros, más bien decorativos, como Comiendo en Hungría, en colaboración con Miguel Ángel Asturias, Arte de pájaros y La casa en la arena; alguno, monográfico, como Las manos en el día, otro, a modo de síntesis de sus anteriores autobiografías, como Aún, etc. Caso peculiar es el de Fin de mundo (1969), una vasta visión del universo en complejo panorama frente al acabamiento del milenio, donde las esperanzas revolucionarias no llegan a introducir coherencia. 

Neruda murió en setiembre de 1973, unos días después que el presidente Allende, a cuyo servicio había sido embajador en París: volvió a Chile ya enfermo, a tiempo de hallar su "muerte propia" en ese momento histórico tantrágicamente significativo. Después se han publicado numerosos libros de Neruda, que no añaden nada especial: gran éxito ha tenido su esbozo de autobiografía en prosa Confieso que he vivido; pero, generalmente, se puede ver que esos mismos temas quedaban mejor en su versión poética -lo que ocurre también con otras prosas, Para nacer he nacido-. Neruda queda no sólo como poeta, sino incluso, si se quiere, como tres grandes poetas sucesivos, con divisorias en las fechas de 1936 y 1950. Pero por supuesto que su lectura unitaria y sucesiva le engrandece más, a pesar de que su evolución haya tenido no poco de sorprendente

Aquí transcribo su discurso en la toma del Premio Nobel de Liberatura: (1971

 

    Señoras y Señores:

Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría. Si he narrado en este discurso ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nunca olvidado relato en esta ocasión y en este sitio tan diferentes a lo acontecido, es porque en el curso de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración necesaria, la fórmula que me aguardaba, no para endurecerse en mis palabras sino para explicarme a mí mismo.

En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. Y pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso con no menor fe que todo esta sostenido -el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesia en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera los une y los confunde. Y digo de igual modo que no sé, después de tantos años, si aquellas lecciones que recibí al cruzar un vertiginoso río, al bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el agua purificadora de las más altas regiones, digo que no sé si aquello salía de mí mismo para comunicarse después con muchos otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo viví o lo escribí, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté más tarde.

De todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres. No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común.

En verdad, si bien alguna o mucha gente me consideró un sectario, sin posible participación en la mesa común de la amistad y de la responsabilidad, no quiero justificarme, no creo que las acusaciones ni las justificaciones tengan cabida entre los deberes del poeta. Después de todo, ningún poeta administró la poesía, y si alguno de ellos se detuvo a acusar a sus semejantes, o si otro pensó que podría gastarse la vida defendiéndose de recriminaciones razonables o absurdas, mi convicción es que sólo la vanidad es capaz de desviarnos hasta tales extremos. Digo que los enemigos de la poesía no están entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de concordancia del poeta. De ahí que ningún poeta tenga más enemigo esencial que su propia incapacidad para entenderse con los más ignorados y explotados de sus contemporáneos; y esto rige para todas las épocas y para todas las tierras.

El poeta no es un "pequeño dios". No, no es un "pequeño dios". No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera. Sólo por ese camino inalienable de ser hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía el anchuroso espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando en cada época nosotros mismos.

Los errores que me llevaron a una relativa verdad, y las verdades que repetidas veces me condujeron al error, unos y otras no me permitieron -ni yo lo pretendí nunca- orientar, dirigir, enseñar lo que se llama el proceso creador, los vericuetos de la literatura. Pero sí me di cuenta de una cosa: de que nosotros mismos vamos creando los fantasmas de nuestra propia mitificacion. De la argamasa de lo que hacemos, o queremos hacer, surgen más tarde los impedimentos de nuestro propio y futuro desarrollo. Nos vemos indefectiblemente conducidos a la realidad y al realismo, es decir, a tomar una conciencia directa de lo que nos rodea y de los caminos de la transformación, y luego comprendemos, cuando parece tarde, que hemos construido una limitación tan exagerada que matamos lo vivo en vez de conducir la vida a desenvolverse y florecer. Nos imponemos un realismo que posteriormente nos resulta más pesado que el ladrillo de las construcciones, sin que por ello hayamos erigido el edificio que contemplábamos como parte integral de nuestro deber. Y en sentido contrario, si alcanzamos a crear el fetiche de lo incomprensible (o de lo comprensible para unos pocos), el fetiche de lo selecto y de lo secreto, si suprimimos la realidad y sus degeneraciones realistas, nos veremos de pronto rodeados de un terreno imposible, de un tembladeral de hojas, de barro, de libros, en que se hunden nuestros pies y nos ahoga una incomunicación opresiva.

En cuanto a nosotros en particular, escritores de la vasta extensión americana, escuchamos sin tregua el llamado para llenar ese espacio enorme con seres de carne y hueso. Somos conscientes de nuestra obligación de pobladores y -al mismo tiempo que nos resulta esencial el deber de una comunicación critica en un mundo deshabitado y, no por deshabitado menos lleno de injusticias, castigos y dolores, sentimos también el compromiso de recobrar los antiguos sueños que duermen en las estatuas de piedra, en los antiguos monumentos destruidos, en los anchos silencios de pampas planetarias, de selvas espesas, de ríos que cantan como sueños. Necesitamos colmar de palabras los confines de un continente mudo y nos embriaga esta tarea de fabular y de nombrar. Tal vez ésa sea la razón determinante de mi humilde caso individual: y en esa circunstancia mis excesos, o mi abundancia, o mi retórica, no vendrían a ser sino actos, los más simples, del menester americano de cada día. Cada uno de mis versos quiso instalarse como un objeto palpable: cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo: cada uno de mis cantos aspiró a servir en el espacio como signos de reunión donde se cruzaron los caminos, o como fragmento de piedra o de madera con que alguien, otros que vendrán, pudieran depositar los nuevos signos.

Extendiendo estos deberes del poeta, en la verdad o en el error, hasta sus últimas consecuencias, decidí que mi actitud dentro de la sociedad y ante la vida debía ser también humildemente partidaria. Lo decidí viendo gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas deslumbrantes. Comprendí, metido en el escenario de las luchas de América, que mi misión humana no era otra sino agregarme a la extensa fuerza del pueblo organizado, agregarme con sangre y alma, con pasión y esperanza, porque sólo de esa henchida torrentera pueden nacer los cambios necesarios a los escritores y a los pueblos. Y aunque mi posición levantara o levante objeciones amargas o amables, lo cierto es que no hallo otro camino para el escritor de nuestros anchos y crueles países, si queremos que florezca la oscuridad, si pretendemos que los millones de hombres que aún no han aprendido a leernos ni a leer, que todavía no saben escribir ni escribirnos, se establezcan en el terreno de la dignidad sin la cual no es posible ser hombres integrales.

    Heredamos la vida lacerada de los pueblos que arrastran un castigo de siglos, pueblos los más edénicos, los más puros, los que construyeron con piedras y metales torres milagrosas, alhajas de fulgor deslumbrante: pueblos que de pronto fueron arrasados y enmudecidos por las épocas terribles del colonialismo que aún existe.

    Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay lucha ni esperanza solitarias. En todo hombre se juntan las épocas remotas, la inercia, los errores, las pasiones, las urgencias de nuestro tiempo, la velocidad de la historia. Pero, qué sería de mí si yo, por ejemplo, hubiera contribuido en cualquiera forma al pasado feudal del gran continente americano? Cómo podría yo levantar la frente, iluminada por el honor que Suecia me ha otorgado, si no me sintiera orgulloso de haber tomado una mínima parte en la transformación actual de mi país? Hay que mirar el mapa de América, enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se niegan a compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses destinaron a los pueblos americanos.

    Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía.

    Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: A l’aurore, armés d’une ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades.)

    Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera.

    En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.

    Así la poesía no habrá cantado en vano.

 

 

 

 

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Una respuesta a PABLO NERUDA

  1. Mado dijo:

    Te quiero no solo por ser como eres,sino por como soy yo cuando estoy contigo.

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